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Baila, baila, bailarina

Alexander Ivanov, el gran maestro de ballet, le entregó su alma a la lujuria y al alcohol hace mucho mucho tiempo. Tras perder el prestigio, la reputación y los amigos, se encerró en su casa y nada más salía para reponer la despensa de precocinados y ginebra barata. Solo le quedaba ella que, de vez en cuando, aún le deleitaba con maravillosas coreografías, como las que él mismo creaba, que le hacían recordar aquella época de gloria, mientras la contemplaba desde el raído sofá lleno de lamparones y olor a vómitos de noches pasadas. A veces se le caía alguna lágrima que se mezclaba con las babas, aquellas que se columpiaban en la comisura de los labios, tras el penúltimo trago. Pero también sentía odio por ella, no soportaba que fuese capaz de seguir bailando mientras su vida se había ido a la mierda y por eso, un día, sin miramientos, lanzó con fuerza la caja al suelo, que se partió en mil pedazos, menos aquel par de zapatillas rosas, que, desafiantes, se quedaron en pie.

Relato mencionado en ENTC. Inspirado en el color rosa.

El recetario


Cuidado con los tréboles de cuatro hojas. Seguid las instrucciones del libro al pie de la letra. Siempre hay que añadirlos al guiso en agua fría, para que la suerte se vaya soltando poco a poco, como la timidez de una virgen. En caso de echarlos en el agua templada, el conjuro se tornará caprichoso y no se sabe con certeza qué puede pasar, pero… ¡ni se os ocurra echarlos en agua hirviendo! Es algo que en su día hizo, distraída, la anterior maestra de ceremonias y… bueno, solo os digo que nunca más ocurrió.


(Publicado en ENTC, nº10. Comienzo y final obligados.)
Relato seleccionado.