Hecho un gran ovillo sobre su peculiar “patchwork” de lunares, rayas y dibujos bajo la cama, piensa en la prejubilación, a la vuelta de la esquina. La ha pedido a la desesperada. Perderá cierto nivel adquisitivo pero no le importa, no puede más. Lo que quiere es dormir del tirón, a pata suelta. Ahora, pocos días antes de partir, en su memoria se amontonan los sustos con nostalgia; incluso sonríe al recordar con cariño cómo logró aquella colección sobre la que ahora descansa plácidamente, calcetín a calcetín.
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Como nadie les pedía deseos, las estrellas se dejaron caer al mar, y la luna al sentirse sola las siguió. Enseguida allí abajo las admiraron con curiosidad y lucieron hermosas como nunca, pero tanta luz alteró el sueño de todos y enseguida las rechazaron agotados, mientras ellas se apagaban cada día un poco más. Sin embargo, las mantas volaron en busca de ayuda preocupadas, y la hallaron en un buen hombre que al saberlo rezaba para no encontrarlas “post mortem”. Por suerte, pudo decirles que eran imprescindibles para la orientación, y salvar así a una pareja de cada especie, como Él le pidió.
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