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“Agnus Dei”

Una noche se llevaron a la oveja más joven del rebaño a una granja cercana. Allí retozó como nunca y se embadurnó divertida con los cochinos. Incluso llegó a olvidar de dónde venía. Pero, pasados los primeros días, la obligaron a trabajar duro arrastrando camiones llenos de carga. Además, también la hacían pelear contra otros animales mucho más grandes que ella. No tardó en echar de menos su hogar y quiso volver, pero, agotada, se desplomó a la sombra de un abeto que lucía hermoso. 
Despertó entre unas manos que le daban vueltas con curiosidad. Después la acomodaron con dulzura entre las ovejas del belén, ya que hacía tiempo que —allí— faltaba un corderito. 


“De gustibus non est disputandum”

Foto de la red
Doña Manuela cobraba la voluntad para completar su pensión. Si además le dabas algún sugus azul, de aquellos que se suponía que sabían a piña, anteponía tu ropa a la montaña de prendas que tuviera para arreglar. El problema era que éramos muchos en el pueblo, eran los más escasos y ella adoraba esos caramelos blandos tanto como aquella vida tranquila que llevaba. Nos afanábamos en conseguirlos. Íbamos a por ellos a pueblos lejanos si era necesario en cuanto nos sobraba un minuto. Mientras, ella escuchaba el canal clásico en la radio con las gafas de media luna en la punta de la nariz, serpenteando la lengua sobre uno de esos caramelos a la vez que hilvanaba y cosía. Los chupaba hasta que quedaban como papel de fumar. Luego los aplastaba con sus encías hasta hacerlos desaparecer. Pero que no se te ocurriera decirle que esos sugus no estaban ricos o no sabían a piña porque, en ese mismo momento, con su sonrisa desdentada y su templado carácter, pondría tu ropa, con suma dulzura y lentos movimientos, debajo del montón que le quedara por repasar.

(Publicado en ENTC. Relato con el color azul como invitado protagonista).

Primer tren de vuelta

Foto de la red
Cogió el primer tren a la luna. Le había costado toda su fortuna conseguir aquel billete. Los raíles, a simple vista, eran como la parte ascendente de cualquier montaña rusa, pero después se perdían entre las nubes. Solo había un vagón pequeño con forma aerodinámica para doce: seis millonarios y seis tripulantes. Todos se despidieron de sus familiares fundiéndose en envolventes abrazos antes de partir. Todos menos él que tendría la oportunidad de reencontrarse con su amada selenita. Al fin, para Neil, esta Navidad sería distinto.

(Publicado en ENTC, Relato 51 de ENTCerrados. Principio y final obligados).