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Revelados

Foto de la red
Mi tío se encargó de hacer una fotografía de la familia cada Nochebuena hasta que los huecos de los que faltaban fueron demasiado dolorosos. Nos situábamos en dos filas, tras la mesa llena de platos vacíos, peladillas y copas a medias. Unos, sentados; otros, detrás. 
Cuando apareció con una Polaroid formamos un buen revuelo. Que, en aquel papel en blanco, poco a poco, asomaran formas en color fue como presenciar un espectáculo de magia sin igual. 
Las conservó todas mi madre, en un álbum que no dejaba tocar a nadie mientras vivió. 

Ahora ojeo aquellas fotos y me estremezco. Revivo el momento en el que él ponía el temporizador y se unía al grupo entre risas nerviosas. Aunque también descubro detalles que en su día me pasaron totalmente desapercibidos, como todos los primos de puntillas para parecer más altos que el mayor. O la cara de mi hermano pequeño al recibir el beso apretado de la abuela. O las manos enlazadas, a salvo de ser vistas, de mi madre y mi tío bajo el mantel. 


(Publicado en ENTC. Dedicado a la fotografía.)

5 comentarios:

  1. Y tus pequeños detalles y el mimo con el que escribes son los que
    hacen tus historias tan deliciosamente interesantes.

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  2. Me encanta cómo pasas tan sutilmente de la escena costumbrista que todos hemos vivido tantas veces a la historia que cuentan esas manos entrelazadas bajo la mesa. Sugerir antes que mostrar, magistral.

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  3. Muchísimas gracias, Jesús. Me alegro que te guste.
    Un abrazo.

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  4. Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.

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